Todos somos inseguros: "Te estás haciendo daño a ti mismo y crees que eso es todo lo que ven los demás".

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Podría hacer monólogos de humor; tiene un montón de chistes sobre su inseguridad: sus brazos, que le parecen demasiado regordetes. Muy atlética, nada dada al drama, Marlène, de 44 años, profesional independiente de la comunicación, no puede evitarlo: es más fuerte que ella; está obsesionada con su anatomía, una característica física que heredó de su madre y su abuela, pero que no le ha transmitido a su hija.

Tengo 11 o 12 años y acabo de regresar de un viaje a Londres durante las vacaciones de Todos los Santos. Voy a volver a las clases de baile y, cuando me miro al espejo, pienso que tengo los brazos grandes. Además, mi profesora me lo dice… Su comentario me impactó mucho. El baile suele generar inseguridades en mucha gente. Mi abuela, que es guapísima, y ​​mi madre, que es muy delgada, también tienen los brazos grandes. Es algo de familia: solemos acumular grasa en la parte superior del cuerpo. Cuando digo brazos, me refiero desde el codo hasta el hombro. Estudié danza clásica durante 17 años, fui instructora de esquí cuando era estudiante y camino 15 kilómetros al día porque lo hago todo a pie. Siempre he usado mucho los brazos, pero antes tenía que hacer un tipo de ejercicio específico: flexiones de brazos boca arriba, que son un rollo.